Cuando la Navidad cabía en 160 caracteres

25/12/2025


Hubo un tiempo en el que felicitar la Navidad no requería cobertura 5G, vídeos en vertical ni audios eternos. Bastaba un Nokia, paciencia… y un SMS bien medido. Con la llegada de los primeros teléfonos móviles de la marca finlandesa, a finales de los años 90 y principios de los 2000, se instauró una costumbre que hoy despierta una nostalgia casi colectiva: enviar mensajes de texto en Nochebuena o Nochevieja para esquivar la saturación de las líneas.

 

“Antes de que se saturen las líneas, te deseo Feliz Navidad y próspero Año Nuevo”. Esa frase —o alguna muy parecida— se convirtió en un clásico navideño. No era falta de cariño, era pura logística. Las llamadas se cortaban, no entraban o directamente no salían, así que el SMS se convirtió en el plan B… que acabó siendo el plan A.

 

El ritual tenía su ciencia. Había que escribir con antelación, contar caracteres, evitar acentos que el teléfono no reconocía y, en muchos casos, enviar el mensaje unas horas antes “por si acaso”. Luego venía el momento casi solemne de ver en pantalla el mítico “Enviando mensaje”, con la barrita avanzando lentamente, como si de ello dependiera el año nuevo.

 

Aquellos móviles no tenían cámara, ni WhatsApp, ni emojis. A lo sumo, una carita hecha con dos puntos y un paréntesis. Pero el mensaje llegaba. Y cuando lo hacía, cumplía su función: estar presente, aunque fuera en texto verde sobre fondo gris.

 

Curiosamente, el contexto no ha cambiado tanto. Hoy, en los momentos clave —campanadas, grandes eventos, felicitaciones masivas— las redes también se congestionan, los mensajes tardan en enviarse y volvemos a mirar la pantalla con cierta ansiedad. La diferencia es que ahora lo hacemos rodeados de notificaciones, stickers y notas de voz.

 

Aquellos SMS de Nokia no eran solo mensajes, eran una forma de entender la comunicación: directa, sencilla y con un punto de ingenio obligado por la limitación técnica. Quizá por eso, cada Navidad, esa pequeña pantalla monocroma vuelve a aparecer en la memoria colectiva, recordándonos que hubo un tiempo en el que la Navidad cabía, literalmente, en 160 caracteres.