En la Marina Alta, donde el amanecer enciende primero las cumbres, Segària guarda un secreto antiguo. No es solo una sierra: es un cuerpo tendido sobre la tierra, un hombre dormido que parece escuchar el susurro del Mediterráneo. Su silueta, recortada con una delicadeza que solo la naturaleza sabe esculpir, despierta preguntas que el viento nunca termina de contestar.
Dicen que, desde ciertos lugares, se distingue con claridad la cabeza que reposa, el pecho que se alza lento como un suspiro y las piernas que se pierden en el horizonte. Otros aseguran que no es más que un espejismo cariñoso que el paisaje regala a quienes lo miran con ojos atentos. Pero quienes han crecido bajo la mirada del gigante saben que la montaña respira historias.
Las leyendas hablan de un guardián antiguo, un coloso que se tendió a descansar cuando el mundo era joven y decidió quedarse para siempre velando la comarca. Los primeros pobladores lo tomaron como referencia, los pastores lo usaron como guía, y los caminantes aún hoy levantan la vista buscando en su perfil una respuesta, un reflejo, un consuelo.
En los últimos tiempos, nuevas miradas han redescubierto su forma. Fotografías que capturan su quietud majestuosa corren de pantalla en pantalla, recordando que incluso en la era digital hay paisajes que parecen hablar en voz baja. Y así, Segària vuelve a ser misterio, vuelve a ser poema, vuelve a ser leyenda.
Quizá sea solo una montaña. O quizá, como muchos prefieren creer, sea un hombre dormido que sueña con el mar mientras las estaciones lo cubren de luces y silencios. En cualquier caso, Segària sigue ahí, inmóvil y eterna, recordando que no todas las preguntas deben tener respuesta: algunas están hechas para ser contempladas.



