Entre la pasa y el turismo: un territorio que busca equilibrio

05/11/2025

I. Donde la tierra olía a sol y a pasa

Antes de que los chiringuitos llenaran las playas y los apartamentos marcaran el horizonte, la Marina Alta olía a sol, a uva moscatel y a leña. Durante siglos, la comarca fue tierra de agricultores que trabajaban los bancales a mano, extendiendo racimos sobre cañizos para que el sol los transformara en pasa. Era una labor lenta, colectiva, marcada por los ritmos del clima y del calendario.

En Jesús Pobre, Gata o Pedreguer, los viejos aún recuerdan cómo los riuraus —esas construcciones de arcos amplios donde se resguardaba la pasa de la lluvia— eran el corazón del pueblo. “Allí se contaban historias, se reía y se aprendía el oficio”, dice Antonia, de 82 años, mientras enseña las manos curtidas que todavía huelen a mosto.

A finales del siglo XIX, la pasa valenciana cruzaba el Mediterráneo hacia Inglaterra y América. Era el oro dulce de la Marina. Pero bastaron unas décadas, una filoxera y los nuevos mercados del azúcar industrial para que aquel esplendor se marchitara.





II. El silencio de los bancales

La caída del comercio de la pasa trajo un largo silencio. Muchos marcharon a Francia, a Cataluña o a América. Otros se quedaron, reconvirtiendo la tierra en huertos o almendros. En los años cincuenta y sesenta, el abandono rural se hizo visible: muros derrumbados, pozos secos, bancales invadidos por el matorral.

En ese vacío, el mar volvió a llamar. El turismo comenzaba a expandirse por la costa alicantina, y el litoral de la Marina Alta, con su mezcla de calas y pueblos blancos, se convirtió en un paraíso recién descubierto. Dénia, Xàbia y Calp cambiaron de piel: los riuraus dieron paso a apartamentos, y los campos a urbanizaciones.

 

III. El nuevo oro azul

 

El turismo trajo prosperidad y trabajo, pero también una dependencia difícil de equilibrar. En pocas décadas, la comarca pasó de exportar pasas a exportar paisaje. El mar y el clima se convirtieron en producto; el territorio, en escaparate.

“El turismo salvó a muchas familias, pero también nos hizo olvidar quiénes éramos”, reflexiona Josep Martí, profesor. “Vivimos de lo que enseñamos, pero enseñamos lo que a veces estamos perdiendo”.

La estacionalidad es uno de los grandes desafíos. En verano, la población se multiplica; en invierno, los pueblos costeros se apagan. Y en el interior, donde el turismo llega más lento, los pueblos intentan reinventarse sin perder su alma.

 

IV. Los hijos del equilibrio

 

En los últimos años, una nueva generación está buscando ese punto medio entre la tierra y el turismo. En el Vall de Gallinera, pequeños productores recuperan el cultivo de la cereza; en Benissa y Llíber, se promueven rutas enológicas y visitas a riuraus restaurados; en Dénia, la gastronomía se ha convertido en embajadora de identidad, con chefs que reinterpretan el pasado agrícola en platos contemporáneos.

Esa filosofía ha dado lugar a un turismo más consciente: senderismo, enoturismo, talleres de cocina tradicional, experiencias rurales. La Marina Alta empieza a mirarse al espejo con calma, y a preguntarse qué quiere ser dentro de veinte años.



V. Entre el mar y la montaña

La clave está en el equilibrio. El mismo viento que seca la pasa mueve las velas de los barcos. El mismo sol que abrasa los bancales alimenta el turismo que sostiene la economía. La tensión entre ambos mundos no es un conflicto nuevo, sino una conversación pendiente.

El paisaje de la Marina Alta —sus muros de piedra seca, sus campos aterrazados, su costa luminosa— no es solo belleza: es memoria viva. Cada piedra y cada cepa cuentan una historia de adaptación.

Hoy, entre los restos de los viejos riuraus y las terrazas de los hoteles frente al mar, la comarca busca su lugar. Ni solo agrícola, ni puramente turística, sino humana: una tierra que aún respira al ritmo del viento, del trabajo y de la luz.

 

 Datos de interés

 

  • Producción de pasa: apogeo entre 1850 y 1910; exportación a Reino Unido y EE.UU.

  • Crisis de la pasa: causada por la filoxera (finales del s. XIX).

  • Turismo: auge desde los años 60; Dénia y Xàbia entre los principales destinos del norte alicantino.

  • Proyectos de recuperación: Ruta dels Riuraus, Mercat de la Terra (Jesús Pobre), Slow Food Dénia.