Pepa Font, PP Dénia: España no se arregla con relatos, caritas y cartitas

18/06/2025

Artículo opinión de Pepa Font, presidenta del Partido Popular de Dénia

Durante muchos años, a nuestra generación se le transmitió una promesa clara: si te esfuerzas, si estudias, si trabajas con dedicación, construirás un futuro mejor. Pero hoy esa promesa está rota. Cada vez más jóvenes en Dénia, en la Marina Alta, en toda España, viven con la sensación de que el esfuerzo ya no compensa, que el mérito ha dejado de importar y que las oportunidades no dependen del talento, sino del entorno, de las ayudas arbitrarias o, directamente, del enchufe.

 

La realidad no engaña: hay jóvenes con carreras y másteres que no pueden emanciparse. Hay familias trabajadoras que no llegan a fin de mes. Y hay autónomos que, en lugar de generar empleo, malviven bajo una presión fiscal y administrativa desbordante. Mientras tanto, los gobiernos que deberían estar centrados en resolver estos problemas se ocupan más de alimentar debates estériles y titulares fáciles que de gobernar con responsabilidad y sentido común.

 

Uno de los grandes dramas que nos interpela a todos es el acceso a la vivienda. Hoy, en Dénia, muchos jóvenes no pueden ni siquiera plantearse alquilar un piso con su sueldo. Comprar, directamente, es una quimera. Hemos normalizado que el 50% del salario se destine al alquiler. Y sin embargo, seguimos sin ver medidas estructurales valientes para corregir esta injusticia. Esto no va de ideología, va de lógica: si una generación entera no puede vivir de forma autónoma, estamos ante un fallo estructural del sistema.

 

A los autónomos tampoco les va mejor. Pagan cuotas fijas, aunque no facturen. Adelantan impuestos sobre ingresos que ni siquiera han cobrado. Luchan contra la burocracia cada mes. Y cuando necesitan apoyo, solo encuentran trámites. Ser autónomo no debería ser una condena, sino una opción digna para quien quiere emprender. Pero hoy en día, en muchos casos, es simplemente una forma de pobreza encubierta.

 

La educación, en la que tantas familias han invertido con esfuerzo, ha dejado de ser garantía de progreso. Jóvenes formados que encadenan contratos precarios o que emigran en busca de oportunidades. Padres que ven cómo sus hijos viven peor que ellos. Y una administración que responde con eslóganes, pero no con soluciones. No hay movilidad social sin una economía dinámica que apueste por el talento, y hoy esa economía está atrapada por la inestabilidad y la falta de ambición reformista.

 

La inflación ha agravado aún más esta situación. El coste de la vida no deja de subir: la luz, el combustible, la cesta de la compra, el alquiler… y sin embargo, los salarios y las condiciones siguen estancados. El modelo actual responde con subvenciones genéricas que no llegan a quienes de verdad lo necesitan, y que, en lugar de empoderar al ciudadano, lo vuelven dependiente del sistema. No queremos vivir de ayudas. Queremos vivir de nuestro trabajo, de nuestro esfuerzo. Lo que hace falta no es más dependencia, sino más libertad económica y apoyo real a quienes crean empleo y riqueza.

 

La transición energética, tan necesaria, se está gestionando con improvisación. Cambios bruscos, ausencia de planificación, cortes de suministro y subidas de precios son consecuencia directa de una política que prioriza la propaganda sobre la eficacia. La sostenibilidad no puede imponerse a golpe de decreto sin tener en cuenta las consecuencias reales sobre las familias y las empresas. Lo mismo ocurre con la digitalización: programas como el Kit Digital, que nacieron con buen propósito, han sido gestionados con lentitud, sin control real y con efectos muy por debajo de lo esperado. Hay empresas y agentes que aún están esperando cobrar por trabajos realizados hace más de un año. Eso no es modernizar. Eso es frustrar.

 

Y, por si todo esto no fuera suficiente, se extiende entre la ciudadanía una peligrosa sensación: la corrupción ya no escandaliza. La corrupción que se ha descubierto en el PSOE ha convertido en ruido de fondo. Esto es lo más preocupante. Porque cuando dejamos de indignarnos ante el abuso, el fraude o el uso del poder para intereses personales, algo muy profundo se rompe. Muchos ciudadanos, al no ver un impacto directo en su bolsillo, han asumido que “esto siempre ha sido así”. Y no podemos permitirlo. Ni como responsables públicos, ni como sociedad. La corrupción no solo vacía las arcas públicas, vacía también la confianza en las instituciones. Y sin confianza, no hay democracia que funcione.

 

Desde el Partido Popular lo decimos alto y claro: hace falta una regeneración ética. Una política basada en la verdad, en la responsabilidad, en el servicio público. No podemos pedir esfuerzo a los ciudadanos si quienes les gobiernan no predican con el ejemplo. Es hora de acabar con el cinismo y volver a creer en los principios. Es hora de recuperar la cultura del trabajo bien hecho, de la honestidad, de la palabra cumplida. De volver a poner el foco en lo que realmente importa: las personas.

 

España no necesita más propaganda institucional ni más polarización. Necesita reformas de verdad. Necesita políticas que devuelvan la dignidad al esfuerzo y al mérito. Necesita menos promesas y más resultados. Y, sobre todo, necesita líderes que miren más allá del próximo titular, del próximo voto o del próximo rival político.

 

Desde Dénia, desde la Marina Alta, lo decimos con claridad: no podemos resignarnos a vivir en un país donde nada cambia, donde los problemas se cronifican y donde la política se convierte en espectáculo. Queremos vivir en un país serio. Un país donde se premie el esfuerzo, se castigue la corrupción y se recupere la esperanza.

 

No es tiempo de más relatos, de más caritas, ni de más cartitas. Es tiempo de sentido común y de cambios reales para que las personas vivamos mejor. También las que vivimos en Dénia.