OPINIÓN: Carlos Mazón, atrapado entre el agua y el poder: la crónica de una presidencia que se hunde

29/10/2025


La dimisión de Carlos Mazón no se ha producido —todavía—, pero en el Palau de la Generalitat ya nadie descarta ningún escenario. El president camina sobre un suelo que se resquebraja por todos los frentes: el institucional, el político y el moral. La DANA que arrasó la Comunitat Valenciana hace un año no solo dejó víctimas y destrozos materiales; también ha arrastrado la credibilidad de un president que se enfrenta a la tormenta perfecta.

Un gobierno sin apoyos ni oxígeno

El Partido Popular valenciano se encuentra hoy en una posición de insostenibilidad política y narrativa. La sociedad civil, desde asociaciones vecinales hasta colectivos profesionales, ha señalado directamente a Mazón como responsable de no activar la alerta “esAlert” a tiempo, una omisión que —según las investigaciones preliminares— pudo costar vidas.
Mientras tanto, la oposición ha optado por el ruido ensordecedor: ni PSPV ni Compromís tienen los votos para una moción de censura y buscan alimentar las calles con manifestaciones para que la presión aumente contra Mazón , y Vox, su socio de gobierno, no tiene interés alguno en rescatarlo. Prefiere dejarlo desangrar políticamente, erosionar su figura y llegar a unas futuras elecciones con la hegemonía del bloque conservador bajo su control. Una estrategia que, siendo lícita, puede resultar errónea, ya que los valencianos podrían interpretar que esta decisión se basa en cálculos electoralistas y no en la voluntad generalizada de la ciudadanía valenciana.

Los escenarios posibles: del cese técnico al derrumbe político

Si Mazón presentara su dimisión, Les Corts tendrían que iniciar un nuevo proceso de investidura. En ese caso, y si ningún candidato lograra la confianza de la Cámara en el plazo de dos meses, se convocarían nuevas elecciones autonómicas.
Este puesto está siendo valorado por los órganos del partido desde las altas esferas. Nombres que resuenan con fuerza son los de la alcaldesa de València, María José Catalá, quien ha manifestado en numerosas ocasiones que no aspira —por el momento— a este cargo; el de Vicente Mompó, actual presidente de la Diputación de València, alcalde de un municipio de apenas mil habitantes y con un perfil joven y renovador, que vivió la riada en primera persona, pero ha sabido salir airoso de esta crisis política; y, por último, el de la consellera Susana Camarero, a quien muchos ven como la sustituta natural por su condición de vicepresidenta del Consell.
La oposición lo sabe y ya ha empezado a “etiquetarla” en sus intervenciones como co-responsable, por si a alguien se le ocurriera ponerla al frente.

La otra vía sería una moción de censura constructiva, es decir, con un candidato alternativo. Pero los números no dan: la oposición no alcanza la mayoría absoluta sin Vox. Y el partido de Abascal no lo hará, porque sabe que una posible gobernabilidad del bloque de izquierdas truncaría sus aspiraciones de poder.

Por tanto, el escenario más verosímil es el de una agonía institucional prolongada, con un Consell “en funciones”, atenazado por el descrédito y por un entorno mediático y social que ya ha dictado sentencia.
Este es el escenario menos malo para el Consell: un desangrado lento y doloroso. Dejar pasar el tiempo y esperar al próximo congreso autonómico —previsto para mediados de 2026— como antesala de un cambio de liderazgo que devuelva frescura, aliento y certidumbre.

Fuentes internas del PP reconocen que Génova no quiere mover ficha. Hacer caer a Mazón implicaría abrir una crisis de poder en una de las principales autonomías gobernadas por los populares, algo que ni Alberto Núñez Feijóo ni su equipo desean a pocos meses de un ciclo electoral europeo y municipal.
En política, el silencio muchas veces no es neutralidad: es una forma de aislamiento controlado.

El relato que se derrumba

Hasta la DANA, el president podía presumir de un relato estable. Con unos presupuestos aprobados, la resolución de numerosos problemas económicos y técnicos —como el bloqueo de la sanidad pública y sus listas de espera— y medidas populares como la gratuidad de la educación de 0 a 3 años o la eliminación del impuesto de sucesiones y donaciones, Mazón había conseguido conectar con amplios sectores sociales y empresariales.
Estaba en la cúspide política. Lo tenía todo: renovación, acción y decisión. Posiblemente, si se hubieran convocado elecciones el 28 de octubre, Mazón habría ganado por mayoría absoluta.
Esa es la cruda realidad de la política: un error —y qué error— y, de repente, te conviertes en diana de toda una población.

Nadie puede negar que las causas fueron estructurales. Numerosos expertos en ingeniería avalan que, si se hubiesen realizado las obras en los barrancos y cauces limítrofes a l’Horta Sud de València, esta desgracia no se habría producido. Es un dato objetivo.
Ahora bien, hay que matizar los tiempos. Primero, hablamos de la prevención, que en este caso falló estrepitosamente; segundo, de la acción, o más bien de la inacción por parte de la consellera de Emergencias, que debió prever lo ocurrido ante los avisos que ya recogían los propios informativos, alertando de lluvias torrenciales y riesgo extremo en la provincia; y, tercero, de la solución, o más bien de su ausencia: una parálisis institucional que evitó declarar la alarma nacional por catástrofe mientras se realizaban cálculos políticos entre València y Madrid para decidir quién asumía el “marrón”, nunca mejor dicho.

La falta de aviso preventivo, la sensación de improvisación, la gestión deficiente y el silencio inicial ante las primeras críticas fueron letales para su imagen pública. Lo que antes se percibía como liderazgo firme ahora se interpreta como soberbia.

A esto se suma que los medios conservadores que antes lo blindaban han retirado su apoyo. Ni editoriales favorables ni gestos desde Madrid: Génova ha optado por mirar hacia otro lado.
Y en ese vacío, las filtraciones sobre su agenda privada —qué comió, con quién, a qué hora— se han convertido en carnaza para un relato de deshumanización mediática.
Dudo que saber si acompañó o no a la periodista al garaje hubiera cambiado nada, pero alimentar al “monstruo” y convertir al personaje en un ser despreciable está siendo —y con éxito— la estrategia de una oposición y unos medios de comunicación progresistas que buscan asfixiar al máximo y dejar sin aliento a un Mazón que, mire hacia donde mire, no encuentra aliados dispuestos a fotografiarse con él.

Una crisis con fecha de caducidad

Políticamente, Mazón aún respira gracias a la aritmética. Tiene el respaldo formal de Vox en el Consell y unos presupuestos que garantizan la gestión hasta final de ejercicio.
Pero carece de legitimidad política y de confianza interna. Con un Paco Camps calentando en la banda, esperando salir al campo, y un entrenador —Feijóo— que no quiere arriesgar a un jugador que viene de cuatro lesiones, tres escándalos y cinco portadas en prensa (entiéndase el símil).

El PP valenciano vive en modo espera: ningún dirigente alza la voz, pero todos saben que el final está escrito.
Siguiendo la línea estratégica del Partido Popular en este tipo de situaciones, la orden siempre es la misma: silencio, apoyo y paciencia.
En términos tácticos, su salida podría producirse de manera controlada —una dimisión pactada para evitar urnas— o por colapso institucional, si Vox retira su apoyo y bloquea cualquier investidura alternativa.
Aun así, este último escenario tendría escasa trascendencia, ya que, con los presupuestos aprobados, Mazón podría finalizar la legislatura sin mayores obstáculos.

En cualquier caso, el resultado es el mismo: nadie confía ya en Carlos Mazón.
La política valenciana asiste a lo que parece la crónica de una muerte anunciada, mientras el president se aferra al cargo con la misma fragilidad con la que se aferra un náufrago a una tabla en mitad del temporal.