*** Opinión ***
Hay personas que dejan una huella tan profunda que acaban formando parte del ADN emocional de un pueblo. Personas cuya presencia trasciende el uniforme, la profesión o la época, porque representan algo más grande: un modo de vivir el servicio público. En Dénia, uno de esos nombres que cualquier vecino reconoce sin dudar es el de Pepe Torró, uno de los primeros agentes de la Policía Local y una figura icónica para varias generaciones.
Quienes crecieron o trabajaron en Dénia durante las décadas pasadas lo recuerdan perfectamente: subido sobre su pedestal en els Quatre Cantons, aquel cruce estratégico donde confluyen la calle Diana y Marqués de Campo, antaño uno de los puntos de tráfico más transitados de la ciudad. Hoy es una zona peatonal y tranquila, pero entonces era el auténtico corazón de Dénia, el punto donde todos pasaban antes o después, el lugar donde la ciudad latía con más fuerza.
Y allí estaba él. Autoridad serena, gestos precisos, presencia cercana. No era un simple controlador de tráfico, era un símbolo urbano. Un icono que representaba una forma de entender la policía local basada en la proximidad y el respeto. La gente no solo conocía a Pepe; confiaba en Pepe.
Pero quizá lo más memorable llegó después, cuando ya se había jubilado. En lugar de retirarse a una vida discreta, volvía cada año al mismo pedestal, esta vez con su histórico uniforme, por pura voluntad personal. No había obligación, ni protocolo, ni encargo municipal. Lo hacía para algo profundamente humano: recoger alimentos para las familias necesitadas.
Aquel gesto transformó els Quatre Cantons de nuevo. El antiguo cruce de tráfico recuperó su simbolismo, pero desde otro lugar. Si durante décadas fue el epicentro de la circulación, ahora era un punto de solidaridad, un recordatorio vivo de que servir a una ciudad no termina cuando se deja la placa, sino cuando se deja de sentir el compromiso. En cada campaña de recogida, Pepe volvía a ser un referente moral para Dénia.
Por eso sorprende que aún no exista un reconocimiento institucional a su figura. Porque Dénia no es ajena a los homenajes póstumos. Nuestra ciudad ha dedicado calles, medallas y distinciones a docentes, deportistas, artistas, figuras sociales, cronistas y personajes que han dejado huella. Y todas esas decisiones han sido bien recibidas: reconocer a quien ha dado algo importante a la ciudad es un acto de justicia y de continuidad histórica.
En ese contexto, resulta difícil de entender que alguien como Pepe Torró, que representó mejor que nadie el espíritu del servidor público y cuya imagen forma parte de la memoria colectiva dianense, no tenga todavía un gesto equivalente. Su figura lo reúne todo: trayectoria profesional impecable, vínculo emocional con la población, símbolo urbano, valor social y un ejemplo de compromiso que continuó incluso después de su jubilación.
El Ayuntamiento tiene la oportunidad —y casi la obligación moral— de corregir esa ausencia. Podría hacerlo de muchas maneras. Una calle con su nombre permitiría que su legado quedara inscrito en la ciudad que ayudó a construir. Una medalla honorífica a título póstumo lo situaría en el lugar institucional que merece. Un acto público daría voz a quienes todavía hoy lo recuerdan con respeto y afecto.
Pepe Torró no pidió homenajes. Nunca los necesitó. Su manera de servir ya era en sí un reconocimiento continuo. Pero precisamente por eso, porque simbolizó lo mejor de la policía local de proximidad, porque convirtió un cruce en un icono y un uniforme en un acto de entrega humana, Dénia tiene con él una deuda pendiente.
No se trata de nostalgia. Se trata de justicia. Se trata de honrar aquello que nos recuerda quiénes somos como ciudad.
Pepe Torró ya forma parte de la historia de Dénia
Ha llegado el momento de que forme parte también de su memoria oficial.