ARTÍCULO DE OPINIÓN:
En política, donde abundan los egos XXL y los discursos con más fuegos artificiales que contenido, de vez en cuando aparece alguien que prefiere trabajar antes que posar. Juanfran Pérez Llorca es uno de esos casos raros. Alcalde de Finestrat —sí, esa pequeña joya de la Marina Baixa donde la vida todavía se mide en apretones de manos y no en titulares—, ha hecho lo que pocos pueden decir: gobernar con honestidad y sin levantar la voz. Y eso, créame, en la política actual es casi un acto revolucionario.
Su carrera no tiene la épica de un guion de Netflix, pero sí la coherencia que muchos envidiarían. Concejal en 2003, alcalde desde 2015, y desde hace una década demostrando que el poder no tiene por qué alterar la educación. Después, con la llegada de Carlos Mazón, se convirtió en secretario general del PPCV y portavoz en Les Corts. Fue también quien negoció, con discreción y eficacia, la investidura con Vox. Lo hizo sin aspavientos, sin filtraciones interesadas y, sobre todo, sin fotos en los pasillos. Quizá por eso, porque no necesitaba figurar, Feijóo ha decidido que sea él quien asuma la presidencia de la Generalitat tras la dimisión del alicantino.
Una designación que algunos interpretan como un gesto de confianza y otros, con cierta malicia, como una inmolación política. Porque ser presidente interino de una Generalitat que tiene fecha de caducidad en año y medio y una coalición que camina con muletas no parece precisamente el sueño dorado de ningún dirigente. Pero a veces el deber pesa más que la ambición, y ahí Juanfran vuelve a diferenciarse del resto: está donde se le necesita, no donde más brilla.
El contexto, eso sí, no le deja margen para el error. María José Catalá, la otra gran figura del PPCV, no era opción: Vox no la digiere ni con agua, aunque haya logrado sacar adelante los presupuestos del Ayuntamiento de València. Ella, además, parece decidida a continuar su particular batalla en el Cap i Casal, donde disfruta de un escenario propio y una visibilidad que ningún despacho en el Palau podría igualar. Por otro lado, Vicente Mompó, presidente de la Diputación de Valencia, ni siquiera es diputado autonómico. Colocarlo al frente de la Generalitat habría implicado convocar elecciones anticipadas. Y a estas alturas, con la legislatura prácticamente hecha, nadie quiere abrir ese melón.
Así que el elegido es Juanfran. El hombre tranquilo. El alcalde que escucha más que habla. El político que prefiere gestionar antes que posar para la foto. Puede que su paso por el Palau de la Generalitat sea breve, sí, pero también puede ser el más sensato de los últimos tiempos: mantener el rumbo, garantizar estabilidad y, sobre todo, recordar que el poder no siempre necesita decibelios para hacerse notar.
Vox, mientras tanto, buscará su hueco. Es probable que intente renegociar su papel, quizá incluso volver a entrar en el gobierno. No tanto por convicción, sino por necesidad de foco mediático. Al fin y al cabo, el partido de Abascal se siente más cómodo en la trinchera que en el despacho; gritar da más rendimiento que gestionar, y el poder institucional suele obligar a cumplir las normas, algo que les resta épica.
Sea como sea, el tablero político valenciano vuelve a moverse. Y en medio del ruido, emerge un hombre discreto de Finestrat dispuesto a asumir el mando con la misma serenidad con la que lleva veinte años sirviendo a su pueblo. Tal vez no sea el líder que algunos soñaban, pero sí el que más falta hace ahora: uno que crea en el trabajo callado, en la lealtad y en la decencia. Y eso, créame, en la política de hoy suena casi subversivo.