Opinión | Verdades, mentiras y realidades de Tamarindos

25/09/2025


Usted habrá escuchado de todo en los últimos días sobre el llamado beach club o “centro de ocio y hostelería” que la Generalitat ha licitado en la zona de los Tamarindos de Dénia. Desde titulares incendiarios hasta arengas en redes sociales, el proyecto se ha convertido en la nueva hoguera local donde cada cual arrima su leña. Y, como suele pasar, entre la verdad, la mentira y la realidad, el humo acaba por cegarnos.

Las verdades

La primera verdad es que la zona está degradada. No hace falta ser técnico medioambiental para verlo: quien haya paseado por allí sabe que la zona de los Tamarindos (por cierto, hasta hace dos días nadie sabia que era eso) se parecen a una duna tanto como un adoquín a una trufa. El propio director general de Puertos, Marc García Manzana, lo expresó con crudeza: “no son dunas funcionales”. Una descripción poco romántica, pero ajustada a lo que hay: escombros, arena mal asentada y vegetación que sobrevive como puede.

Otra verdad incómoda: el proyecto no nace de la nada. Desde 2023 ya había empresas interesadas en explotarlo, y desde 2007 el Plan de Usos del puerto prevé equipamientos de ocio y restauración en esa franja. Así que no estamos ante un “golpe de mano” del gobierno de turno, sino ante la continuación de un marco legal vigente desde hace casi dos décadas. ¿Que el momento elegido incomoda? Seguramente. ¿Que el plan estaba escrito hace tiempo? También. ¿Qué la Generalitat no ha "vendido" bien ese proyecto hablando de "centro comercial" cuando poco o nada se le parece a lo que conocemos por ese nombre? Posiblemente también.

Y una tercera verdad: Dénia necesita repensar su fachada marítima. Podemos discutir cómo y con qué modelo, pero no podemos negar que la actual postal de Tamarindos dista de ser atractiva para quien llega en ferry, pasea desde El Raset o simplemente espera que una ciudad turística cuide su primera impresión. Hoy por hoy, aquello funciona más como el botellón improvisado de las discotecas del puerto o como el lugar donde algunos van a hacer sus necesidades que como un espacio con utilidad real. Ni aporta valor medioambiental ni cumple una función social clara: es un descampado sin orden ni concierto.

Las mentiras

Mentira número uno: que se “privatiza la playa”. No. La playa seguirá siendo pública. Lo que se licita es un espacio portuario bajo concesión. Esa diferencia jurídica es incómoda para el discurso de barricada, pero fundamental si hablamos de rigor.

Mentira número dos: que “se arrasan dunas esenciales”. La licitación obliga a regenerar un cordón dunar de 1.500 m². ¿Que no sustituye un ecosistema natural en toda su complejidad? Evidente. ¿Que se introduce un elemento de restauración paisajística antes inexistente? También. Pero claro, eso no genera tantos titulares como “adiós a nuestras dunas”.

Mentira número tres: que el solar afecta a las tortugas marinas. Se ha dicho que allí anidan, pero cualquiera que conozca el terreno sabe que es imposible: justo delante está la escollera construida durante la ampliación del puerto y la estación marítima. Las piedras actúan como muralla, y ninguna tortuga —ni la Caretta caretta, habitual en el Mediterráneo— puede escalar un dique para poner sus huevos. Lo que allí se ha creado en los últimos años no es un ecosistema virgen, sino un espacio de sedimentos artificiales acumulados por la obra portuaria. Pretender que se trata de una playa natural es, como mínimo, forzar el relato.

Mentira número cuatro: que la zona es un paraje protegido. No lo es. Está catalogada por la Generalitat como uso terciario, nunca como parque natural o zona verde. Si en algún momento se hubiese querido proteger, habría sido necesario cambiar la catalogación. Y han pasado gobiernos del PSPV, de Compromís y del PP sin que nadie lo modificase.

Mentira número cinco: que el Ayuntamiento “se enteró por la prensa”. No. El técnico superior de Medio Ambiente, José Antonio Martínez Sanchis, aprobó este proyecto en febrero de 2023, cuando gobernaba en Valencia el Botànic y en Dénia el PSPV con mayoría absoluta. Fue en mayo de 2023 cuando Carlos Mazón llegó a la Generalitat y el proyecto se retomó, llevándolo ahora a licitación. Así que la sorpresa mediática es más un argumento político que una verdad.

Mentira número seis: que allí se levantará un “mamut” de hormigón de nueve metros. La licitación habla de una altura máxima de nueve metros, sí, pero referida al nivel del mar. Con la arena acumulada en la zona, la edificabilidad será mucho más amable y, de hecho, el pliego exige materiales como madera y soluciones integradas en el entorno, nada abrupto ni fuera de escala. También se habla de la inundabilidad del lugar: evidentemente, quien vaya a invertir hasta 12 millones de euros en un proyecto así tendrá que prever drenajes y medidas contra temporales. Usted, lector, ¿pondría esa cantidad de dinero en un solar que sabe que va a inundarse cada dos por tres? Y lo más curioso: a apenas 200 metros, en la playa del Raset, ya existe un chiringuito con cocina, pérgola y terraza, y nadie se ha planteado que sea un atentado medioambiental. Porque no lo es.

Las realidades

La realidad es que en Dénia el debate ha llegado ahora con una intensidad inédita. En 2017 ya hubo actuaciones en la zona, con limpiezas de vegetación y movimientos de arena, y entonces el asunto pasó casi desapercibido. Hoy, en cambio, cada metro cuadrado se ha convertido en un campo de batalla político y social. La preocupación actual puede ser legítima —y bienvenida—, aunque no deja de llamar la atención la disparidad de reacciones según el momento y el contexto. Mientras tanto, asociaciones de empresarios y de hostelería reconocen, aunque en privado, su satisfacción con un proyecto que ven como una oportunidad para dinamizar la fachada marítima y generar actividad económica.

La segunda realidad es que el debate público se formula como si solo existieran dos opciones: o se mantiene el descampado tal cual, con su encanto de solar olvidado, o se convierte todo en un mini-Ibiza de sombrillas VIP. El maniqueísmo nos encanta, pero la verdad suele ser más aburrida: habrá hostelería, sí, pero también regeneración ambiental; habrá inversión privada, sí, pero también obligaciones que condicionan el negocio. Ni paraíso ni apocalipsis.

La tercera realidad: la legalidad. El proyecto puede gustar más o menos, pero encaja en el Plan de Usos de 2007. Y eso convierte en papel mojado muchos de los discursos que apelan a la ilegalidad o a la “venta del puerto”. Lo discutible no es la legalidad, sino la conveniencia: ¿es lo mejor para la ciudad, para su modelo turístico, para su relación con el mar? Esa es la pregunta de fondo.

Lo que nadie dice en voz alta

Nadie quiere reconocer que este tipo de proyectos crean empleo. Temporal, parcial, estacional… lo que usted quiera. Pero lo crean. Y en una ciudad donde la dependencia del turismo es tan acusada, eso se convierte en argumento de peso.

Tampoco se dice que la inversión privada puede descargar responsabilidades públicas. Porque, seamos francos, ¿alguien cree que el Ayuntamiento o la Generalitat van a destinar 12 millones de euros a regenerar Tamarindos? Si no hay euros para asfaltar calles, menos habrá para convertir un solar olvidado en escaparate turístico.

Y mucho menos se dice que la polémica, en realidad, tiene más de política que de medioambiental. Que si Pepa Font lo defiende, que si Vicent Grimalt lo rechaza,… Y en medio, los vecinos, que asisten a un debate técnico convertido en ring electoral.

 

¿Y ahora qué?

Usted, que lee esto, puede seguir pensando que los Tamarindos son un tesoro natural comparable al Montgó, o puede aceptar que durante años han sido poco más que un descampado con pretensiones. Puede ver el proyecto como una traición a la ciudad o como una oportunidad para que Dénia deje de dar la espalda al puerto.

La diferencia entre verdad, mentira y realidad es que las dos primeras se manipulan con facilidad, mientras que la última acaba imponiéndose aunque moleste. Y la realidad aquí es que el solar está catalogado como terciario, que la Generalitat tiene la competencia y que hay empresas dispuestas a invertir. La gran incógnita no es si habrá proyecto, sino qué ciudad queremos mostrar cuando alguien llegue por mar. Porque, siendo sinceros, lo único indiscutible es que los Tamarindos, tal y como están hoy, no son la mejor tarjeta de visita de Dénia.